Septiembre ha llegado y con él, una serie de desafíos y noticias que nos mantienen en vilo. Desde la amenaza de una DANA que parece querer borrar nuestro mapa, hasta los asuntos interminables relacionados con Rubiales, pasando por la decepción de ser excluidos del Mundobasket. Incluso McKinsey ha publicado un artículo sobre la medición de la productividad de los programadores. Parece que estamos viviendo tiempos inusuales, dignos de la predicción de Nostradamus.

Hoy en día, se ha convertido en una obsesión medir la productividad individual, cuando sabemos que lo realmente importante es el valor que aportamos a nuestros clientes, ya sean internos o externos. En mis experiencias anteriores en empresas de producto, como Product Owner, la relación entre el valor y las funcionalidades del producto era clara y directa. Nuestro objetivo era asegurarnos de que esas funcionalidades proporcionaran el máximo valor al cliente que utilizaría el producto.

Sin embargo, en los años que he pasado en consultoría, especialmente en mi rol actual de Project Manager, las cosas se vuelven más complicadas. Si bien se supone que un proyecto aporta valor por naturaleza, la realidad es mucho más matizada. La aplicación de metodologías ágiles a proyectos de software en clientes es un tema que podría dar lugar a semanas de debate sin llegar a una fórmula de éxito definitiva.

Hoy quiero compartir mi enfoque para asegurarme de que mi equipo aporta valor en su día a día, y no tiene nada que ver con las teorías de McKinsey en su artículo.

Mi método personal se centra en lograr que todos los miembros del equipo, ya sean desarrolladores u otros roles, estén plenamente comprometidos con el proyecto, un concepto que los anglosajones llaman engagement. La clave para medir este compromiso radica principalmente en la comunicación, pero no solo en la comunicación que llega a mí, sino en la comunicación entre todos los miembros del equipo. Cuando la comunicación fluye de manera efectiva, se identifican problemas, se proponen soluciones, se anticipan escenarios, la confianza se fortalece, y la colaboración se vuelve más efectiva. A pesar de los desafíos que surgen en el día a día, estos se abordan de manera colaborativa y con soluciones eficientes.

Por otro lado, cuando un miembro del equipo se muestra apático, evita la comunicación y responde con monosílabos, es una clara señal de que algo no está funcionando correctamente y requiere intervención.

Puede que piensen que esto se logra a través de reuniones diarias o herramientas de gestión como las de Management 3.0. Sin embargo, en mi contexto de consultoría, con proyectos mayormente cerrados, la aplicación de metodologías como Scrum resulta un desafío. En su lugar, tenemos muy presente que la comunicación es una poderosa herramienta, y es por ello que convocamos llamadas según las necesidades, a menudo varias veces al día, con diferentes miembros del equipo y ocasionalmente con el cliente, siempre con ese objetivo de que todo el mundo esté lo más enganchado posible.

Intentamos implementar esta mentalidad y aprovechar la comunicación frecuente para fomentar un ambiente de colaboración y compromiso, que nos permita conseguir los siguientes beneficios para el equipo:

  1. Fomentar la transparencia: En un entorno ágil, la transparencia es clave. Intentamos asegurarnos de que todos los miembros del equipo comprenden los objetivos del proyecto, las prioridades y los desafíos. Esto crea un sentido compartido de propósito y alinea a todos hacia un objetivo común.
  2. Reuniones cuando se requieran: en nuestro contexto resulta complicado aplicar Scrum de manera estricta, pero ello no significa que no existan las reuniones que permitan a cada miembro buscar o proporcionar la solución concreta al bloqueo que pueda existir en cada momento.
  3. Llamadas frecuentes y flexibles: Como se indicaba más arriba, en entornos de consultoría, las llamadas frecuentes pueden ser más efectivas que las reuniones diarias. Estas llamadas no deben limitarse solo a actualizaciones de estado, sino que también pueden ser oportunidades para discutir problemas, identificar soluciones y tomar decisiones rápidas. Estas llamadas se programan según las necesidades del proyecto y la disponibilidad de los miembros del equipo.
  4. Fomentar la participación activa: Durante las llamadas y reuniones, nos aseguramos de que todos los miembros del equipo tengan la oportunidad de hablar y expresar sus ideas. Fomentamos la participación activa y escuchamos atentamente las opiniones de cada persona. Esto contribuye al compromiso al hacer que todos se sientan valorados y escuchados.
  5. Promover la autogestión: Dentro de un equipo ágil, es importante que los miembros tengan autonomía para tomar decisiones relacionadas con su trabajo. Fomentamos la autogestión y empoderamos a los individuos para que tomen decisiones informadas. Esto aumenta la responsabilidad y el compromiso.
  6. Establecer un ambiente de confianza: La confianza es esencial en equipos ágiles. Fomentamos un ambiente donde los miembros del equipo se sientan cómodos compartiendo sus preocupaciones y desafíos sin temor a represalias. La confianza mutua fomenta una comunicación abierta y mejora el compromiso.
  7. Iteramos y mejoramos continuamente: La mentalidad ágil se basa en la mejora continua. Después de cada llamada o iteración del proyecto, dedicamos tiempo para evaluar lo que funcionó y lo que no. Animamos al equipo a proponer mejoras y a aprender de los errores.
  8. Facilitar el acceso a la información: Es vital asegurarnos de que todos los recursos y la información necesaria estén fácilmente accesibles para el equipo. Esto incluye documentación, herramientas de colaboración y cualquier otro recurso relevante. La accesibilidad a la información mejora la eficiencia y la comunicación.

En resumen, adoptar una mentalidad ágil y mantener llamadas frecuentes son formas efectivas de mejorar el compromiso y la comunicación dentro de un equipo. Estas prácticas promueven la colaboración, la transparencia y la adaptabilidad, lo que en última instancia contribuye al éxito del proyecto y al bienestar del equipo, ya que se crea un ambiente propicio para que el equipo (incluyendo al cliente) tenga los mecanismos necesarios para aportar valor, que, al final del día, es el propósito fundamental de todo este proceso.

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